Fue hace menos de un mes. Pero de aquel debut ese martes 22 de noviembre a las 7 de la mañana hora de Argentina en el estadio Lusail, parece haber pasado un siglo. Todo había arrancado bien, con el penal de Messi y la sensación de que Arabia no podía hacer mucho para evitar una goleada. Pero VAR mediante, los goles anulados a Lautaro Martínez y la sorpresa de los dos remates al arco de Dibu que terminaron en la red. Arabia Saudita ganaba 2 a 1 y se encendían las luces de alerta: si se perdía contra el México del “Tata” Martino había un regreso a casa apresurado.
“Que la gente confíe, que no los vamos a dejar tirados”
La frase de Messi, como otras que dijo el capitán durante el mundial de Qatar, quedará para la historia. Es que en las declaraciones post partido, cuando en Argentina empezaban las dudas por el rendimiento del equipo, que venía de ser campeón de la Copa América y de la Finalissima, de estar invictos por dos años, sirvieron para reponer ánimos y energía: “Que la gente confíe, que no los vamos a dejar tirados”, dijo el capitán.
Como en la vida, el fútbol da revancha. Y a cuatro días de aquel duelo perdido de manera imprevista con la Arabia dirigida por un técnico francés, llegó el seleccionado azteca en un partido que se había convertido en “mata – mata”. Esa México con la que Argentina suele cruzarse en mundiales y siempre con resultado favorable, pero ya sin margen para errores. Y cuando el trámite parecía cerrado, apareció una combinación rosarina para abrir el resultado: Di María para Messi, que frotó la lámpara y la puso en el rincón.
La batalla con Polonia
El tercer partido, con la Polonia de Lewandowski, era a priori el más difícil de la fase de grupos. Cuando se hizo el sorteo, parecía que ese iba a ser un duelo para definir quién era primero y segundo, con la clasificación ya cerrada. Sin embargo, aquella derrota en el debut había dejado la vara alta y otra vez había que ir por todo, el empate nos podía dejar afuera.
Ese día, otra vez una primera media hora trabada, hasta que un penal a Messi parecía ser la puerta para abrirlo. Pero el arquero polaco lo atajó y hubo que esperar hasta el arranque del segundo tiempo, cuando Alexis Mac Allister metió un remate suave de derecha tras un centro bajo y rápido de Molina, el lateral derecho que se fue afianzando con el correr de los partidos.
Después vendría el segundo, de la mano de Julián Álvarez, que empezaba a mostrar que llegó a la cita mundialista con los dientes afilados, después de un último trimestre del año a puro gol en el City de Guardiola. Ahora sí, pase a octavos asegurado y a esperar rival: ¿Dinamarca? No. El equipo europeo había fracasado en la fase de grupos y enfrente iba a estar Australia, de orden táctico pero sin mucho brillo individual.
Australia: otra vez Leo y Julián, con un final a todo “Dibu”
En octavos de final, se repitió la postal de este mundial: pasada la media hora, el genio frotó la lámpara para poner el 1 a 0 y de ahí en más el partido fue otro. Messi recibió un control largo de Otamendi, que quiso parar en el área un pase de Mac Allister, y la colocó suave en un rincón.
A los once del segundo tiempo, una presión combinada entre De Paul y Julián al arquero australiano y el 2 a 0 en los pies del ex River. Y cuando parecía partido liquidado y pase a los cuartos de final en el bolsillo, a los 76 minutos llegaba el descuento de los oceánicos. Un gol fuera de contexto tras un rebote en “Cuti” Romero y otra vez a sufrir. Tanto que las últimas jugadas del partido fueron el slalom de un delantero rival que salvó Lisandro Martínez dentro del área chica y después una tapada magnífica del otro Martínez, el “Dibu”. Media vuelta del delantero de Australia y una atajada memorable para cerrar el partido. Iban 7 minutos de descuento pasados los 90 minutos, los corazones de todo un país se habían paralizado.
Países Bajos: 2 a 2, penales y el nacimiento del “Qué mirás bobo”
En cuartos, para “pasar el rubicón” tocaba otro clásico mundialista: Países Bajos. El mismo rival con el que la Argentina se había cruzado en Alemania 74, en la final de 1978, en aquella dolorosa derrota de Francia 98, un empate en el Mundial 2006 y en la semi de Brasil 2014.
Esta vez, como en ese último cruce en San Pablo, el técnico de los rivales era Louis Van Gaal. El mismo que había tenido peleas con Riquelme y Di María al dirigirlos en Barcelona y en el Manchester United. Que ahora, en la previa del partido en Qatar, se animó a decir: “Messi es bueno, pero cuando pierde la pelota no marca y Argentina juega con uno menos”.
Y lejos de asustarlo, Van Gaal no hizo más que despertar al monstruo. El partido de Messi contra Países Bajos terminó siendo el más maradoniano de su vida. Jugó en modo crack, hizo uno de los goles, se peleó con los rivales y terminó diciéndole a Weghorst, el alto holandés con la 19 que había entrado para marcar primero el descuento y después el empate (cuando iban 11 minutos de descuento pasados los ’90) una frase que enseguida se convirtió en meme y hasta en remera: “¿Qué mirá’ bobo? Andá, andá pa’ llá”.
Antes, la Argentina había sufrido por ese empate inesperado y había jugado con todo el alargue para llegar entonada a los penales, en los que otra vez el “Dibu” se vistió de Goycochea. Como en aquel inolvidable Italia 90 o en la semi de Brasil ’14 en la que el “Chiquito” Romero se había vestido de héroe, el arquero marplatense metió dos atajadas inolvidables. Y el último, para sellar el pase a la semi, en los pies de Lautaro Martínez.
Semi con Crocia y las tres G: Argentina ganó, gustó y goleó
El resto, ya es historia más reciente y conocida. Semifinal con la dura Croacia, que venía invicta. Otra vez una media hora complicada en el arranque y de nuevo un Messi que abre el partido de penal, tras un pase bochinesco de Enzo Fernández a Julián, que había sido volteado por el arquero croata en el área.
Después, una apilada de Álvarez emulando al “Matador” Kempes en la final del ’78 y Messi sacando a pasear a la defensa para que otra vez el 9 ponga el pie y meta su cuarto gol en el mundial. Tres a cero, abrazo con el capitán y resultado asegurado. Hasta tuvo tiempo Scaloni de hacer entrar a Foyth, Dybala y Correa en los últimos minutos, para mostrar que este equipo es -sobre todo- un gran grupo.
Con un marco memorable, con miles de hinchas cantando en el Lusail como si Doha fuera ya una ciudad de la Argentina, llegaba el silbato final. La selección otra vez a una final mundial, por sexta vez en su historia. “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar”, es el himno que acompañó todo este recorrido. Y cómo no hacerlo, de la mano de estos 26 gladiadores, dirigidos por un pujatense y capitaneados por un rosarino del que habla el mundo y no para de romper récords.