Cuando muchos de nosotros contemos a nuestros nietos que cuando teníamos su edad, para ver una película o una serie, o para escuchar música, teníamos que ir a una tienda a comprar un CD y meterlo en un aparato que después lo reproducía, y que sin esos objetos no era posible disfrutar del contenido, seguramente nos mirarán perplejos, pensando que vivíamos en una especie de prehistoria tecnológica.
Es cierto, todo cambia a un ritmo vertiginoso, y el mundo de la tecnología aún más. Las mejoras en la velocidad y la fiabilidad de la conexión a internet, y la aparición de dispositivos inteligentes conectados ha provocado que, ya desde hace varios años, los servicios de streaming se hayan convertido en plataformas muy populares para consumir entretenimiento audiovisual. Es raro a día de hoy que alguien no esté suscrito a alguna de las numerosas plataformas de VOD, escuche música desde plataformas conectadas o compre o alquile películas y series para verlas a través de la red.
Esta metamorfosis de la forma de acercarse a la oferta audiovisual ha experimentado durante el último año un impulso adicional muy importante a causa de las medidas de distanciamiento social y las restricciones de movilidad impuestas con el fin de detener el avance de la pandemia de Coronavirus que ha asolado gran parte del mundo.
En una época en la que relacionarnos e interactuar de forma física o exponernos a entornos contaminados supone un riesgo para la salud propia o de nuestros allegados, el mundo virtual nos ofrece la posibilidad de seguir entreteniéndonos de forma profiláctica. Esto explica el auge de compañías como Youtube, Netflix, Hbo, Amazon Prime Video, Rakuten TV, o más recientemente Disney + y Hulu, entre otras, durante el periodo de confinamiento (donde había una gran necesidad de evasión y un impulso creciente por mantenerse ocupado). Esta tendencia al alza parece mantenerse en la nueva normalidad, a medida que el número de rebrotes continúa creciendo y aumenta entre la población la desconfianza y la incertidumbre sobre el futuro.
Algunas de estas plataformas nos permiten incluso acceder al catálogo de otros países utilizando para ello una VPN. Sirviendo incluso para mantenernos informados de lo que ocurre en otros países o para estudiar idiomas.
El crecimiento exponencial del número de suscriptores inscritos a este tipo de servicios (y con ello de los ingresos generados en el sector) pone de manifiesto la buena salud de este tipo de modelo de negocio, que parece haber dado con la tecla a través de sus tres principales fórmulas distintivas: la personalización, la variedad y la flexibilidad.
De hecho, es precisamente esa posibilidad de elegir los contenidos que más nos gustan y de poder consumirlos cuándo y dónde queramos lo que ha hecho que la demanda de estos servicios sea muy alta especialmente entre los sectores jóvenes de la sociedad (solo alrededor de un 20% de los usuarios son mayores de 45 años). Esto plantea un paisaje alentador para el futuro, ya que una gran parte de los clientes de las plataformas de streaming tienen insertada en sus vidas de manera cada vez más profunda esta manera de entretenerse.
La dinámica de crecimiento del sector es algo que se repite a lo largo y ancho del planeta, desde Estados Unidos a China, pasando por Reino Unido, Japón y Alemania, y cada vez más, también en gigantes latinoamericanos como México o Brasil. Los países europeos como es el caso de España ocupan una posición significativa en la cuota global, aunque el número de suscriptores es algo inferior aún a la de las principales potencias mencionadas.
En esa guerra que libran los principales oferentes de servicios de streaming podemos ver como cada uno va adoptando distintas estrategias encaminadas a diferenciarse, hacerse atractivas y ofrecer los contenidos más demandados. La primera forma de hacerlo es ajustando sus precios, que suelen ser bastante competitivos, sobre todo si las comparamos con las alternativas legales similares que había en el pasado, como podían ser la televisión por cable o el negocio de los videoclubs. También compiten en cuanto a calidad, tratando de alcanzar las cotas de calidad de imagen y sonidos más elevadas para ofrecer experiencias más y más envolventes y adictivas. Cada vez más en los últimos tiempos se apuesta, también, por las producciones originales, que, en caso de tener éxito, ofrecen a las plataformas que las patrocinan un monopolio muy valioso sobre ese contenido particular.
Actualmente la oferta es cada vez más grande, y no parece que vaya a parar de crecer mientras la demanda se mantenga en crecimiento. La situación sanitaria actual y la incertidumbre que rodea a los siguientes meses (y quién sabe si años) se plantea como un entorno perfecto para que el sector del entretenimiento conectado continúe asentándose y fortaleciéndose. Podríamos decirse, de hecho, que hemos entrado de lleno en la era del streaming.