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El reconocido sommelier Fabricio Portelli reflexiona acerca de cómo disfrutar a pleno un vino más allá de la mesa

Está comprobado que el vino es la mejor bebida para disfrutar acompañando las comidas, no sólo por sus cualidades saludables como alimento que es, sino también por la diversidad de opciones que ofrece. Pero esto no significa que no tenga lugar más allá de la mesa, como muchos sostienen y defienden.

Soy un amante de las bebidas y me encanta empezar con un aperitivo (el Campari con tónica es mi preferido), pero una vez que los platos están servidos no lo dudo: opto por el vino. Luego, al menos para mí, es el turno del whisky; y cada tanto, más de consumo casual, suelo beber una rica cerveza o un buen cocktail a base de gin o vodka.

Sin embargo, el vino ofrece muchas otras alternativas: es aperitivo, quizás más un espumante que un blanco fragante; y también es el que se luce en la sobremesa, en la cual muchos eligen botellas especiales que guardaron cuidadosamente durante años.

Entonces, me pregunto, si todo ha cambiado y eso influyó en las nuevas costumbres… ¿por qué esta bebida tan noble sería la excepción?

En la actualidad, la oferta se multiplicó, tanto en orígenes como en estilos, en calidades, en formatos… también se diversificó el público y, por ende, las ocasiones de consumo: existen wine bars en los cuales se puede beber una copa a toda hora del día; eventos de degustación, ya sean grandes exposiciones o pequeñas muestras en supermercados y vinotecas, y como si fuera poco, lo más novedoso y atractivo son las reuniones que muchos organizan para compartir con amigos tal o cual etiqueta.

Hoy el vino es protagonista de numerosos momentos y se puede disfrutar mucho más allá de la mesa…¿O acaso cuando se bebe una copa de “dorapa” (como dice Brascó) no se aprecia cada trago? Obviamente sí, aunque es indiscutible que existen algunos más apropiados para tomar de esta manera y otros que se desenvuelven mejor acompañando una comida.

Al respecto de esto último, hay que terminar con la rigurosidad en el tema de los maridajes, porque no hay un vino para cada plato, sino miles para cada uno. Cualquier sugerencia es muy subjetiva. Claro que algunos pueden sostener que también catar y recomendar tintos, blancos y rosados es totalmente personal. Es cierto, pero cuando uno lo hace a menudo y de manera profesional, busca ser lo más imparcial posible en un mundo en el que lo relativo impera. Ahora bien, si además, a todo esto le agregamos la comida, tal como dicen los puristas que un vino debe ser degustado, la subjetividad se potencia.

Cada persona es un ente sensorial, para nada perfecto, pero sí fehaciente, y cuantas más variables (o productos) entren en juego, el resultado será más imprevisible. Imaginen cómo sería el juicio de valor sobre un vino con un plato a su lado, con guarnición y sazonado. Cuántas combinaciones pueden existir dentro de la boca, que influirán en el dictamen final, más allá del ambiente, la compañía, el estado de ánimo y un largo etcétera. Entonces, ¿no es mejor apreciarlo sin comida…?

Al menos, la opinión será un tanto más objetiva. Esto también desmitifica los maridajes y sus supuestas combinaciones perfectas, que no existen. Claramente, hay ejemplares que se llevan mejor con ciertos productos preparados de ciertas maneras, pero para poder formarse una idea cabal de cuáles son los más apropiados hay que estudiar y experimentar mucho, como todo arte. Si uno practica y se va grabando aromas y sabores, el campo sensorial se va ampliando.

El vino es un paladar adquirido: a mayor recorrido, se podrán descubrir más capas en cada copa, porque cada uno encierra numerosísimos atributos que se pueden disfrutar con mucho placer, incluso más allá de la mesa.

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